miércoles, 8 de diciembre de 2010

EN UNA NOCHE DE METAL Y TERCIOPELO



Para Jessica la noche era mas que oscuridad,. Para Jessica la noche era el tiempo de la vida. Así tenía que ser al menos para ella. Le gustaba caminar perdiéndose entre las calles, respirar el aire nocturno y sentirse arropada por la negrura del cielo. No había más. Cuando no tienes a donde ir ni con quien hablar buscas un refugio y Jessica lo había encontrado en la noche, solo ella y su sombra bajo la complicidad de la luna.
La noche siempre la noche.
Y para Jessica, su única y leal compañía.

Había estado deambulando sin rumbo sumida en su mundo tan propio de una adolescente, lleno de sueños rotos e ilusiones vacías. El viento nocturno se estaba haciendo presente alborotando su larga cabellera. Se abotonó por completo el abrigo que llevaba puesto pero eso no bastaba para protegerse del gélido clima. Por un momento pensó en regresar a su hogar pero desechó la idea de inmediato. Quería mantenerse lo más lejos posible de las cuatro paredes de su habitación.
Cuando se dio cuenta sus pasos la habían llevado hasta la zona más céntrica de la ciudad. Las luces artificiales provenían de todas partes iluminando su silueta. Era casi medianoche y el silencio que minutos antes la envolvía había sido borrado por el ruido de autos y los gritos eufóricos de sus conductores en busca de fuertes emociones. Jessica no toleraba esas banalidades, le parecían estupideces sin sentido. Lo que hizo fue desviar su rumbo metiéndose en una calle para alejarse del bullicio, dio unos cuantos pasos y metros adelante distinguió a las dos gárgolas de aspecto maligno que custodiaban la entrada de un bar.
Jessica lanzó una bocanada de aire helado. No recordaba cuando había sido la última vez que había estado en ese lugar.
Quizá lo mejor seria entrar.
Estaba a punto de hacerlo cuando un ronco sonido interrumpió su maniobra.
Era el sonido de una motocicleta acercándose a ella.
-Hola- dijo el conductor- ¿Qué haces tan sola a estas horas y en una calle tan oscura?
Jessica respondió al saludo. La débil luz le impedía ver con claridad al conductor enfundado en cuero, pero supo que se trataba de un hombre joven al distinguir su voz a través del casco.
-Pensaba entrar al bar- dijo ella señalando con la mirada la entrada del recinto.
-Pues no pareces muy segura…Si quieres puedo llevarte a tu casa.
Jessica frunció el ceño y pensó en la propuesta pero volvió a hacer a un lado la idea.
-No, gracias- dijo después de meditarlo. Sentía desconfianza. Quizá el tipo solo estaba buscando un poco de diversión.
-Esta bien, como tú quieras- dijo el hombre echando a andar la máquina-. Cuídate…, y que las sombras te acompañen.
Jessica esperó en silencio viendo como se alejaba la motocicleta. Esbozó una triste sonrisa y sintió encima de ella la mirada compasiva de las gárgolas que adornaban la entrada del bar. Se encogió de hombros y suspiro resignada.
-Que las sombras me acompañen- murmuró antes de entrar.

Se sentó en el rincón más lejano que pudo encontrar. Había pedido un vodka y mientras esperaba recorrió con la mirada el lugar. Seguid siendo el mismo de siempre. El neón parpadeaba lanzando
destellos e iluminando a las figuras andróginas bañadas en humo. mientras las tétricas notas de una melodía daban inicio al ritual. La canción, un himno a las tinieblas invocaba a los hijos de la noche.-Lápiz labial, uñas y bocas negras, delineador en exceso sobre una base facial blanca forrados en piel, terciopelo y demás ropajes fúnebres- que ansiosos esperaban descargar sus emociones.
A Jessica en realidad nada de eso le importaba. La palidez en su apesadumbrado rostro era natural al igual que su sombría melancolía. Además estaba ese lunar en forma de gota justo bajo el ojo derecho, motivo de curiosidad entre sus congéneres.
“¡Dios santo niña, pero si pareces fantasma!” le reprochaba siempre su madre por su excéntrica manera de vestirse. Un motivo más para sus interminables discusiones.
Jessica se arrellanó en su asiento. Le hubiera gustado embriagarse y olvidarse de todo pero se había quedado sin fondos así que se conformo con darle un buen trago a su vodka dejándose llevar por la música. Permaneció un buen rato ausente casi escondida en el bar mirándose fijamente las muñecas. Sería tan fácil acabar con todo de una buena vez. Le sobraban razones pero le faltaba valor.
-Mi reino por tus pensamientos -una joven con el pelo teñido color rojo sangre la había sacado de sus cavilaciones. Era Valeria una de las del clan como llamaban a su grupo de amigos.
-Ah, hola- saludó Jessica con desgano. Hasta ese momento todo marchaba bien pero en ese lugar resultaba difícil no encontrarse con nadie.
Tras de Valeria llegaba Carla, su hermana menor; ambas vestidas idénticamente con sacos holgados, botas enormes y todo un muestrario de anillos y dijes en exhibición.
-Tenías tiempo sin venir.
-Pasaba por aquí y se me ocurrió entrar- contestó Jessica en forma cortante, no era su costumbre dar explicaciones y menos a ese par.
-Todos los del clan preguntan por ti- dijo Valeria en un tono algo exagerado para ver si picaba el anzuelo.
-Seguro- la secundó Carla-¿En donde has estado metida?
Jessica no contestó, prefirió observar la pista de baile donde las siluetas cubiertas de negro se agitaban siguiendo la oscura ceremonia.
-¡Jessy! ¿Me estás escuchando?
El grito de Valeria la había vuelto a la realidad.
-Ah, si disculpa, me distraje por un momento.
La verdad era que todo ese parloteo la estaba aburriendo.
Carla sacó de su bolso un paquete de cigarros, tomó uno, le dio otro a Valeria y antes de ofrecerle a Jessica; ella negó con la cabeza. Después observó detalladamente como ambas se llevaban el cigarro a la boca inhalando al más puro estilo de las damas fatales.
-¿Que pasa contigo Jessy?- preguntó Valeria después de una larga bocanada-. Parece que ya no eres la misma de antes.
Jessica hizo un ademán de no pasa nada. Lo cierto era que la situación no iba nada bien. Jessica no tenía ganas de hablar con ellas. Intentó cambiarles la platica pero Valeria se adelantó.
-No tardan en llegar los demás. ¿Qué les parece si mientras nos divertimos?- dijo señalando hacía una de las mesas donde tres tipos tratando de dar su mejor pose las miraban fijamente.
Jessica enarcó las cejas. Aquello era lo único que le faltaba.
Sintió la mano de Carla sobre su hombro.
-Entonces ¿Vienes con nosotras?
Jessica se levantó de su asiento y echo un vistazo al bar que ya se encontraba lleno. La música ahora era más estruendosa y la luz cada vez más intensa. Sintió que se ahogaba.
Tenía que salir de ese lugar.
-Necesito ir al baño- dijo.
Valeria quiso detenerla.-¿No estas molesta, verdad? Porque si es así no tienes que….
Pero Jessica no las escuchaba. Se había alejado dejándolas con la palabra en la boca.

La noche estaba más oscura y más fría. Era de madrugada.
Ya había dejado atrás las luces y el movimiento regresando a el silencio de las calles.
“Eres una estúpida” se maldijo a si misma. Había cometido un error entrando a ese bar y ahora tenía que regresar caminando, situación que resultaba peligrosa a esas horas y en esos lugares. No había otra opción si es que quería llegar a su casa.
Observó la luna reflejada en el esmalte de sus uñas. Apresuro el paso y avanzó lo más rápido que pudo.
Fue entonces cuando sintió algo extraño a su alrededor.
Como si la estuvieran observando.
No pudo evitar sentir cierto temor cuando escuchó un ruido lejano que cada vez se volvía más intenso.
Basta ya, susurró. No pienses en tonterías.
Pensó en Carla y Valeria. Seguramente la estaban siguiendo y habían decidido jugarle una broma.
Ya se la pagarían ese par de idiotas.
Jessica se detuvo un momento buscando en todas direcciones.
-¿Valeria?
Cero respuestas y el sonido cada vez más cercano.
-¿Carla?...Déjense de juegos que no estoy para….
Una luz la cegó impidiéndole terminar el reclamo.
Era la luz de un faro.
Jessica enmudeció cuando reconoció el ronco sonido de la motocicleta y no necesito buscar el rostro del conductor entre la penumbra.
Sabía de quién se trataba.
Y no hicieron falta palabras cuando esta vez vio las grietas en el casco, la ropa desgarrada y las manchas de sangre seca sobre el cromo de la máquina.
-Ven- le dijo el conductor extendiéndole una mano-. Que ya no es necesario que regreses a casa.
Con pasos tambaleantes Jessica se acercó, tomó la mano del hombre y subió al asiento trasero de la moto. Una lágrima corría libremente justo por encima de aquel singular lunar. Se había dado cuenta que las sombras son parte de los matices de la noche, así como todos esos enigmas que oculta la oscuridad que ya se habían vuelto parte de su existencia.
La máquina dio un rugido y comenzó a tomar velocidad.
Jessica se abrazó aun sin creerlo a la cintura del conductor y por primera vez en mucho tiempo se sintió totalmente libre.
Sabía que no estaba sola y que ya no tenía que preocuparse de nada.
Absolutamente de nada.

DAVID ETNAGEVAN

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