lunes, 31 de mayo de 2010

BAJO EL ÒNIRICO ABRAZO DE UNA MANTIS RELIGIOSA


Deslizo lentamente mis manos por todo su cuerpo acoplándome al balanceo de sus caderas. Ella suspira. Acerca su rostro encendido al mío y puedo perderme en la penumbra de sus ojos. Ella es todo fuego, carne y movimiento. Juguetea con mi cuello. Lengua tibia. Labios eléctricos. Mordisquea mi garganta cubriéndome con la oscura cascada de su cabellera. Siento su aliento cálido y regular, aroma a polvo y a siglos. Su voz es la voz de la pasión. Sus manos, caricias etéreas. Ella sonrie extasiada en su juego favorito, la cazadora sometiendo a su presa incapaz de oponer resistencia.
Recorro entonces sus hombros tersas lunas en medio de la noche. En su piel hay arcilla y encuentro en su pecho dunas de arena blanca. Las pronunciadas curvas que siguen a su cintura me invitan a continuar. Ella se mueve lentamente, entorna los ojos y deja caer su cabeza hacia atrás. Puedo sentir las vibraciones cada vez mas intensas que emiten las ondas liquidas que hay bajo su espalda. Abro sus muslos y atravieso las nubes de humo que hay entre sus piernas. Su vientre sabiamente me guía explorando en la profundidad de regiones ocultas. Ella se agita irreal y peligrosa, llena de un ímpetu que convulsiona mis entrañas.
Su cuerpo se envara y se expande llevándome consigo al ascenso final. Relámpagos perdidos alumbrando nuestra sinfonía de jadeos bajo la danza erótica piel a piel. Veo el rubor en sus mejillas desbordando un alud de placer, sus uñas óvalos perfectos enterrándose en mi espalda. Espasmos y contracciones a dúo en el sublime momento del clímax como solo saben hacerlo dos solitarios amantes cuando pierden la conciencia.

Desperté con la sensación de que el sueño era real, tal y como me venia sucediendo durante las últimas noches. Me di cuenta de la humedad pegajosa que había en la sábana sobre la que estaba acostado. Podía recordar claramente cada detalle de su cuerpo. Cada movimiento salvaje durante nuestro encuentro epidérmico. Podía haber jurado que su aroma seguía flotando en el aire, así como el eco de sus gritos ahogados. Recordarla otra vez logró provocarme una dolorosa erección. Me sentía confundido quizá algo asustado y extrañamente cansado. Aparté las sábanas de un manotazo, puse los pies en el suelo y por un momento mi deseo fue no levantarme, que ella apareciera y siguiera acostada en mi cama esperando un nuevo asalto amoroso. Deje de pensar en tonterías y decidí darme un baño con agua fría para aclarar mis ideas. Tenía que ponerme a trabajar y necesitaba concentrarme, pero de alguna manera ella me lo impedía. No se cuantas tazas de café me tomè ni cuanto tiempo estuve tratando de plasmar las palabras en la hoja en blanco que tenía frente a mi. Era inútil. Su imagen se proyectaba sobre el papel bloqueando mi mente y haciéndome sentir incapaz de poder escribir al menos una frase.
Pasé la tarde en el bar al que suelo acudir en momentos así cuando quiero alejarme de todo. Necesitaba un poco de distracción acompañado de un buen tarro de cerveza. A esas horas el bar comenzaba a llenarse. Traté de poner atención en algunas de las mujeres que buscaban lo mismo que yo, pero no lo conseguí. Opte entonces por embriagarme y ahogarme en un mar de alcohol. Lo cierto es que estaba buscando cualquier pretexto para no regresar al agujero que tengo por casa. No quería hacerlo. Su presencia comenzaba a inquietarme.

El sueño otra vez.
Ella se materializa en el momento más profundo de mi sopor. Se aposenta en mi mente y se mimetiza a su antojo jugando con mi hipotálamo. Puedo sentir el contacto de su torneada figura, los esbeltos brazos flotando dispuestos a comenzar el aquelarre de caricias. Oleadas de calor circulan en mi interior buscando el lugar indicado para estallar. En ella se conjugan mis secretos y recuerdos más ocultos: El sueño húmedo con la dama del látigo. Mi primera erección imaginando los incipientes senos de una novia adolescente. La portada en ardientes colores que provocativa me observa desde el puesto de revistas. Es la obsesión expuesta. El anhelo por el que todos hemos buscado desde el nacimiento del primer hombre.
Ella me mira inocente y agresiva a la vez, sabe lo que pienso y sonrie maliciosa. Su piel se abre y se dilata. Me acogen suaves muros de humedad aterciopelada. Transmite, insinúa y me domina con asombrosa maestría en el juego de la seducción. Veo llamas ardiendo en sus ojos.
-¿Quién eres? – me atrevo a preguntar por primera vez.
Ella menea la cabeza y no me contesta. Intento decirle algo pero hábilmente me lleva consigo en una marea de flujos y sentidos mientras el sudor nos envuelve.
-Al menos dime tu nombre – Mi voz no es más que una súplica perdida en la rítmica fricción de los cuerpos y su respuesta, el velo del misterio. Se que siempre ha tenido un nombre: Lilith, Eva, Venus, Afrodita. Joven Hermosa, Virgen Fatal.
Ella es el sexo definitivo e incontenible. La palabra prohibida, bestia oculta que violenta se mueve en el interior de una niña. De una puta. De una vida…

No recordaba ya cuantas noches llevaba sin poder dormir tranquilamente ni cuantos días sin afeitarme, malcomiendo y con el ánimo muy bajo. Mi aspecto era el de un vagabundo: Pálido, cansado y desvelado. Soñarme con ella noche tras noche compartiendo intimidad y placer había dejado de ser casualidad para volverse un necesario tormento.
Quizá por ello decidí salir a buscarla.
Pasè días enteros vagando sin rumbo y evocando su imagen latente. El sabor de sus labios. La textura de su piel. El contoneo de sus caderas, esos pequeños detalles por los que un hombre es capaz de perder la razón.
Estaba seguro de que ella existía, aquí en el mundo terrenal. Recorrí almacenes y tiendas. Caminé entre calles y parques. Busqué en multitudes con la esperanza de encontrarla. La veía en todas partes y en ninguna. Como un espejismo, igual de lejana.
Todo me resultaba inútil y decepcionante. Me sentía indefenso y a punto de enloquecer.

Descanso en su pubis después de la tempestad y ruego por que este momento nunca termine. Veo mi reflejo en el diáfano resplandor de su mirada translúcida.
Estoy asustado.
-¿Eres real? – Una vez mas la pregunta y una vez mas el silencio. Ella puede leer la angustia y la desesperación en la máscara de mi semblante. Me mira compasiva, gira su cuerpo y monta a horcajadas sobre mí. Puedo sentir el vaporoso contacto de su respiración cuando acerca su rostro al mío. Entonces sonríe, roza mi mejilla y toca mis labios con un dedo.
-Soy el deseo hecho creaciòn – Me contesta con la frialdad del témpano en sus palabras-.El estado perfecto de la lujuria. Soy más que sexo. La fantasía que nunca deja de tener hambre, que se alimenta de tus reacciones cuando tienes a una mujer cerca. De los pensamientos obscenos. De las miradas lascivas y del acelerado ritmo de tus latidos cuando te aproximas al orgasmo.
"Tu placer es mi placer."
Intento despertar pero ella me lo impide. Mujer eterna. Infinita. Responde a mis impulsos manifestándose con la suave elegancia de sus movimientos. Me enreda entre sus piernas y sus pezones erguidos no dejan de observarme. Colisión de mundos en el crepúsculo de sus pupilas. Ella te acecha y te atrapa, y cuando te das cuenta es demasiado tarde. Indómita y Altiva. Cruel y Caprichosa. Ella es capaz de devorarte. De chuparte el alma cuando iluso crees poseerla.
Pienso entonces en la tentación de mi dilema y antes de que pueda hacer algo eyaculo lo poco que queda de mi desgraciada existencia.

Había dejado de soñarla hasta que hace unos días ella reapareció, pero esta vez no en mis sueños. Me encontraba en el bar cuando ella entró destilando sensualidad por cada poro. No estaba borracho. Lo supe porque tanto hombres como mujeres que allí se encontraban, giraron sus cuellos automáticamente al notar su presencia. Ella me vio y esbozo su perversa sonrisa. Yo no hice nada. No me diò tiempo. Permanecí inmóvil observándola por un instante y después salí corriendo.
¿Cuál fue la razón?
Ella era mi sueño., Y si tocas un sueño este se desvanece.
He dejado también de escribir. Hago el intento y simplemente no puedo. Ella en cambio sigue escribiendo su propia historia con la sangre y el semen de todos los que hemos tenido alguna vez un segundo para imaginarla. Ahora mismo en algún rincón oculto de la tierra, otro infeliz tiene el placer y el privilegio de estar soñando con ella. Puedo adivinar la mueca de gozo en su rostro que pronto será de agonía.
Y no puedo evitar sentir pena y al mismo tiempo envidia por él.