jueves, 27 de mayo de 2010

EL DÌA QUE LAS PALABRAS MATARON MI FE


Llovía intensamente y no parecía ser una noche de Mayo. El cielo se estaba cayendo entre truenos y relámpagos llenando de agua la ciudad. Ya me había resignado a mojarme por completo y quedar hecho sopa. Por mas que buscara un lugar donde atajarme ya era muy tarde. De cualquier modo era agradable la sensación del agua metiéndoseme por todos lados; algo así como una caricia del tiempo.
Me encontraba caminando sobre calzada de tlalpan en la celebre colonia Portales, a unas cuantas calles de casa. No quería llegar y encontrarme sin luz entre cuatro paredes vacías. Por estos rumbos constantemente hay apagones cuando llueve que suelen prolongarse demasiado. Prefería seguir mojándome deseando algo sólido que echarle al estomago pero debido a que las cuentas me habían fallado y todavía faltaban algunos días para la quincena no tenia mas opción que seguir con mi dieta a base de galletas y coca cola de lata. Me desvié por otras calles en busca de alguna tienda pero para mi mala fortuna ya se encontraban cerradas. Fue cuando mas adelante, oculta entre dos viejos edificios vi la vieja fachada de una cantina, de esas que todavía conservan las viejas tradiciones de antaño y que con el paso del tiempo siguen conservando su identidad. Dicho lugar bien podría tener un nombre como EL RABO DEL DIABLO o LA ULTIMA MORADA, títulos así eran perfectos para una cantina como esa. Más por impulso que por necesidad se me ocurrió entrar un momento. A esas alturas ya estaba completamente empapado y a falta de una cena decente mi capital solo daba para una pinche cerveza.
Adentro solo había unos cuantos parroquianos. Algunos ya en la completa inconciencia y otros hablando de todo y de nada entre risas y partidas de dominó. Pedí mi cerveza Indio y me alegré de encontrar una mesa con un tazón casi lleno de sabritones con limón. Una botana me calmaría el hambre por un rato. Me quité la gabardina y la puse en el respaldo de la silla. Me sacudí como perro e hice un intento por alisar la ropa que se me pegaba como una segunda piel. Por un instante me sentí fuera de lugar en un sitio como ese. Hacía mucho tiempo que no pisaba una cantina y dadas las inclemencias del tiempo noté el ambiente hasta cierto punto deprimente.
Llevaba media botella y la mitad del tazón de chicharrones cuando un tipo entró vociferando y maldiciendo. Me di cuenta que era un asiduo cliente por la forma en que saludó al cantinero y a los demás parroquianos. Era un anciano –igual de mojado que yo- de esos que ya entrada la noche buscan quien les escuche y les pague las cervezas. Así que opté por seguir en lo mío garabateando palabras sin sentido en una servilleta y cruzando los dedos para que no se le ocurriera acercarse a importunarme, pero cuando los días son nefastos hasta un perro te orina
.
-Vaya que esta dura la agüita joven- me dijo en cuanto lo tuve frente a mi. En ese momento pensé en mandarlo a la chingada muy a mi estilo. Tengo el preciado don de hacer a un lado a la gente que no me interesa sin sentir ningún tipo de remordimiento. Pero en cuanto vi detenidamente su cabeza calva escurriendo gotas de lluvia, sus ojos vidriosos y el mapa de arrugas que marcaba su rostro, por una extraña razón decidí no hacerlo y no dije nada cuando tomó una silla ocupando un lugar en mi mesa.

-¿No eres del rumbo, verdad?- me preguntó agarrando confianza
-Vivo a tres cuadras- respondí
-Pues no te había visto por aquí muchacho. Mucho gusto. Mi nombre es Eusebio- se presentó extendiéndome la mano.
Le dije el mío correspondiendo al saludo.
-Acostumbro venir a estas horas después de la chamba- dijo el anciano-. Me gusta pasar un rato con mis compadres pero hoy no han llegado. Parece que la lluvia los espantó.
-¿Gusta?- le acerqué el tazón ofreciéndole sabritones

-No, gracias. Me apetecería mas una “fría”- dijo mirando ávidamente mi botella. Ya solo contaba con un arrugado billete de veinte pesos y no tuve problema en invitarle una cerveza. El viejo me agradaba. Había percibido en él una franqueza al hablar de esa que muy poca gente tiene actualmente.

-Gracias muchacho- me dijo después de darle un sorbo a su botella- Ya me hacía falta una de estas
El anciano vestía ropas sucias y gastadas y por mas que lo observaba no atiné a descifrar cual podía ser su edad.
-¿Y tú, muchacho, a que te dedicas? Yo te veo pinta de artista
-Algo hay de eso- respondí irónicamente al tiempo que revisaba mi facha. No soy nada elegante para vestir y de hecho nunca me he preocupado por lucir bien ante los demás.
-Supongo que entonces debe haber una razón por la que te encuentras aquí- comentó el viejo Eusebio luego de darle otro sorbo a su cerveza
-En realidad encontré esta cantina por casualidad. Buscaba alejarme de la lluvia yu no tengo el ánimo de llegar al agujero que tengo por casa.
-.Siempre hay un pretexto para visitar una cantina. Ya sea para festejar algún éxito o para olvidar cualquier decepción. Bien podrías ser uno de tantos hombres sintiéndose mal por recordar a la dama que ya no se encuentra contigo.
Miré al anciano con ojos sorprendidos sin comprender como es que sabia eso. El viejo era bastante sabio.
-Veo que no me equivoco- dijo sonriendo ligeramente. A mi edad he visto pasar tantas cosas que no resulta difícil adivinar por que llegan aquí jóvenes como tú.
Asentí mirando los surcos de experiencia en su rostro y sus manos.
-A decir verdad nunca he negado mi falta de talento para conservar a una mujer
-Eso nos sucede a todos, muchacho. No hay hombre que no se equivoque y pocos son los que aprenden de sus errores
-Lo que tengo bien aprendido es que no soy un buen soldado en las batallas afectivas
El viejo volvió a sonreír y noté la falta de varios de sus dientes. Hubiera querido pedir otro par de cervezas para continuar nuestra charla pero ya no tenia mas que algunas monedas en mis bolsillos. El viejo Eusebio también lo hubiera deseado pero ya se había dado cuenta que su presa se encontraba en la miseria.

-Y dime muchacho ¿Dónde anda la culpable de tus desgracias?
-Ella esta lejos. Muy lejos
-¿Y por qué no la buscas?
-Ella se fue odiándome y ya no quiere saber nada de mi. Nunca me creyó ni a mi ni a mis malditas palabras.
-Solo tu sabes que le decías. La distancia mata muchacho al igual que la mentira y las palabras si no saben usarse pueden herir más que cualquier tipo de arma
-Eso es lo que no he terminado de entender. Siempre tuve palabras de amor para ella. Siempre le he hecho saber cuanto la quiero y lo mucho que significa para mi
-¿Solo a ella muchacho? No te engañes ni pretendas engañarme. Te puedo apostar que con ciertas palabras has conseguido los encantos de bellas mujeres. En mis años mozos yo también lo hice.
-No Don Eusebio, con ella todo era diferente. Nunca quise mentirle ni ocasionarle algún daño
-Pero lo hiciste muchacho y a ciertas mujeres les resulta imposible creer en quien miente. Piénsalo bien. Hay quienes usan esa frágil y peligrosa palabra a la que llaman amor para lastimar a la gente y destrozar sus corazones.
-No pensé que perdería la razón por ella Don. La extraño demasiado y mis días no son nada si no la tengo a mi lado
-Tu te lo buscaste hijo. Cuando se pierde al ser amado queremos solucionar todo de golpe y a veces ni así terminamos de entender.
-Desde que ella se fue mis palabras agonizan. Se niegan a formar frases. A expresar mi dolor por su ausencia. Locas e inquietas se revuelven. La buscan a ella. Me exigen encontrarla. Se ocultan en mi pecho y me obligan a quedarme callado
-No te mortifiques. Lo que es para ti lo será sin importar que tan lejos pueda estar la dueña de tus palabras.
-No solo de mis palabras. También de mis sueños y noches. De mis latidos y mis suspiros
-Se nota a leguas que la adoras
-Como no tiene idea Don Eusebio
El viejo soltó entonces una fuerte carcajada. Se acomodó en su silla y cruzó los brazos sobre la mesa
-Ay, muchachos, siempre tan tercos y tontos- me dijo como si estuviera acostumbrado a responder de esa manera-. Mira hijo, tengo setenta y ocho años y a lo largo de todo este tiempo me he dado cuenta que hay quienes solo buscan ser amados y quienes buscan amar
-¿Qué no es lo mismo?- pregunté estúpidamente y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
-Por supuesto que no. Lo que pasa es que eres un joven muy testarudo que mantiene firmes sus ideas aun y cuando no sean las correctas. Pero eso es bueno muchacho porque no descansaras hasta encontrar a la mujer que tanto buscas.
-No creo Don. A veces pienso que mis palabras permanecen atrapadas en una voz sin sonido que se han hundido en el mar de lo absurdo trazando caminos de desencanto.
-¿Te has dado cuenta que en las palabras mas cortas se oculta tanto lo mas sagrado como lo mas horrendo?- pregunto el anciano con una actitud desafiante
-Alguna vez lo pensé Don. Hay palabras sublimes: Vida. Amor. Sexo. Mar. Luna. Sol. Y también otras muy desagradables como Odio. Dolor. Guerra. Ira. Mal….
-Eres muy listo muchacho pero olvidas utilizar tu inteligencia para manejar lo que se te presenta
-No le veo el caso Don Eusebio. De nada me sirve si no creen en mi
.No seas tan pesimista. Que tus palabras también han sido motivos de promesas, recuerdos e ilusiones
-Quizá, pero ¿Qué hay acerca de las palabras que dicen ellas,. De lo que te hacen creer o cuándo prometen cosas que no son capaces de cumplir por temor o solo porque se les hizo fácil hablar?
El viejo me miró compasivo, buscando las palabras adecuadas para no hacerme sentir más inútil.
-Nunca te fijes en como es una mujer, pues como dicen en mi pueblo; jalan mas un par de tetas que una yunta de bueyes. Tampoco te tomes tan en serio lo que te digan porque las palabras se las lleva el viento. Fíjate en lo que hacen muchacho, eso es lo importante. Por que en los detalles más simples encuentras lo verdaderamente valioso
El tiempo transcurría tan rápidamente mientras escuchaba todo aquello que el viejo Eusebio me decía. Siempre he pensado que no hay lugar ni momento para aprender algo nuevo y con él no era la excepción.
-¿Sabe Don Eusebio?-dije luego de estar divagando por un rato con mis pensamientos-. En estos tiempos el amor apesta
-Te equivocas mocoso. Los que apestamos somos nosotros al no saber cuidarlo ni valorarlo cuando se nos presenta.
-¿Mocoso? Je. Si estoy a punto de cumplir los treinta.
-Con mas razón. Todavía te falta mucho por vivir. En mis tiempos el amor solo se daba una vez en la vida. Y yo lo hallé en una mujer que hasta el día de hoy sigue siendo el motor de mis días. Y si tienes la suerte de llegar a mi edad al lado de la mujer que ames. Conforme pasen los años y notes que su cara se arruga, que su cabello encanece y sus pechos se cuelgan, pero que esa misma mujer a la que amaste de joven, te espera todas las noches a que llegues a casa. Te habrás dado cuenta que los defectos y los errores hacen mas profundo el amor verdadero
-Y yo que pensaba que mas que amor eso era costumbre, necesidad o quizá dependencia.
-Hay un poco de ello también. Pero luego de toda una vida compartida terminas por entender que el amor es el resultado de una búsqueda constante
-¿Y que pasa cuando el amor se encuentra con la decepción?
El viejo Eusebio sonrió nuevamente y comenzó a jugar con una cáscara de limón aplastada
-¿Tú no te cansas de preguntar, eh muchacho?- dijo el viejo dándome una palmada en el hombro-. Pero cuando eso pasa es que en realidad nunca existió dicho sentimiento. Los jóvenes de hoy olvidan que todo comienzo es la continuación de otras cosas y cuando puedan comprenderlo todo les resultara menos complicado.
-Quisiera creerle Don. Pero en noches como esta siento que estoy perdiendo la fe
-La fe se pierde y también se muere muchacho, al igual que las palabras pero también son de las pocas cosas que pueden resucitarse.
-No lo había visto de ese modo
-Nunca es tarde para hacerlo. Inténtalo por lo menos- el viejo Eusebio se levantó lentamente de su asiento-. Me tengo que ir hijo. Como te dije, mi señora me espera y se pone inquieta si no llego- Acomodó su silla y antes de marcharse me dio un ultimo consejo:

-Si la vuelves a ver no solo le digas lo que sientes por ella. Demuéstraselo de todas las formas que te sean posibles. Aprendan juntos el lenguaje del cariño y el significado de amar y ser amado. Créeme muchacho necio, no se van a arrepentir. Acuérdate de mis palabras.

Ya había dejado de llover cuando salí de la cantina pero yo seguía sintiéndome inundado por dentro. Todavía escupiendo palabras en silencio que no sabían a donde ir, donde anidar ni a quien pertenecer. Sabia que la noche sería aun más larga. Las horas traicioneras en un continuo soliloquio conmigo mismo me esperaba en casa y mientras regresaba a pasos lentos deseé con todas mis fuerzas que las palabras y mi fe regresaran y si era posible, que ella lo hiciera también.