domingo, 12 de diciembre de 2010

MORIBUNDOS


Me encuentro sentado en el rincón de una cafetería contemplando una de esas tardes nubladas que a tantos agradan.
Acostumbro venir aquí cuando quiero alejarme del mundo para hundirme en el mío acompañado de mi soledad y un capuchino. Este lugar es demasiado tranquilo y acogedor, lejos del bullicio de las calles. A esta hora la cafetería comienza a llenarse. Veo entrar a algunas parejas dispuestas a pasar un buen rato comentando las cosas sucedidas en el trayecto del día. A mis espaldas escucho los murmullos de lo que parece una amena plática mientras las meseras van y vienen. Hay en una mesa un grupo de hombres hablando de negocios, otros más comparten conmigo la rutina de sumirse en sus pensamientos con la mirada clavada en sus tazas.
Dicen que el aroma de un buen café puede evocarte recuerdos.
Y así me sucede cada tarde, Sonia, cuando no puedo evitar pensar en ti y en tu repentina ausencia,
Sonia
Te recuerdo sentada frente a mí bebiendo de tu express y hablándome de mil cosas a la vez, contándome historias ficticias acerca de la gente que veíamos pasar a través del ventanal de la cafetería. Recuerdo perfectamente la gama de emociones en tu rostro. El movimiento constante de tus manos. La intensidad y alegría que se notaba en tu voz cuando te referías a los niños que pasaban corriendo, a las parejas de enamorados, a los solitarios ancianos….Siempre pensando en una nueva historia que contar.
Si Sonia. Esa era una de tantas causas por las que me tenias irremediablemente perdido. Tu capacidad para crear mundos alternos dotados de magia por medio de la imaginación y la fantasía haciéndome creer en ellos aún en los momentos más críticos.
Me resulta imposible olvidar esa mirada tuya, tan prístina y llena. Esa manera de dejar caer los parpados al momento de entornar los ojos. Decías que tu mirada en tiempos pasados había pertenecido a una cortesana griega y más antiguamente a una niña desamparada en el fondo de una cueva.
Pero no era solo eso Sonia. También estaba lo entero de tu sonrisa, esa forma tan única que tenias de tocarte las manos, la dilatación de tu pecho cuando estabas excitada, lo frágil y elegante de tu cuerpo.
Ah, Sonia. Tantas malditas cosas por las que me sentía bendecido de tenerte a mi lado.
Cuando éramos dos y nada más nos importaba.

La mesera interrumpe mis pensamientos cuando se acerca para llenar una vez más mi taza de café. Puedo ver su rostro endurecido por las constantes batallas con los clientes. Me doy cuenta que me observa con algo parecido a la compasión. Probablemente ella también se pregunte por tu ausencia.
Sonia.
Fue en el transcurso de una tarde como esta cuando me hablaste de esa extraña idea que se te había metido en la cabeza
-Me estoy muriendo -dijiste luego de darle un sorbo a tu café.
Por un momento supuse que estabas intentando jugarme una broma como solías hacerlo en los momentos menos pensados. Pero cuando te vi con el rostro taciturno, los hombros encorvados y la mirada perdida mas allá del ventanal comencé a preocuparme.
-¿Hablas en serio?
Tus ojos se clavaron en mí y dejaste escapar un suspiro
-No estoy enferma ni nada que se le parezca -Hablabas suave y pausadamente-. Es solo que…¿Te has puesto a pensar a donde va la vida cuando se detiene?
En ese momento me fue imposible encontrar una respuesta. Siempre con la mala costumbre de ponerme en apuros.
-No te preocupes, yo tampoco lo sé -dijiste adivinando mis pensamientos.
Tu mirada permanecía serena y tranquila con aquella expresión en tu semblante que mostraba paciencia. Esa paciencia para soportar mis ataques emocionales y mis preguntas estupidas
-Bueno -atiné a decir de repente-. Supongo que la vida al detenerse se acaba, no hay más. Pero dime, ¿A que viene todo esto?
Me sorprendió tu silencio. Que no me replicaras con tus contundentes argumentos. Te limitaste a observar fijamente tu taza como si quisieras sumergirte en aquél líquido oscuro y profundo.
Parecías asustada.
-No sé cómo explicarlo –el sonido de tus palabras era hueco y ausente-. Últimamente he tenido la sensación de que…Uhhh, de que estoy desapareciendo.
-¿A que te refieres con eso?
-Si. En este momento no estoy segura de quién soy, de donde vengo y hacía donde voy –dudaste un momento buscando las palabras adecuadas-. Todo me resulta tan vacío, como si nunca hubiera existido y mi presencia no fuera necesaria.
-Tómalo con calma ¿Quieres? Lo que te sucede es temporal. A todos nos pasa en algún momento de nuestras vidas. Lo mejor es que te mantengas ocupada en otros asuntos; en tu trabajo, practica algún deporte, toma esas clases de baile que siempre has deseado. No hay de que preocuparse.
-No lo sé –hizo otra pausa-. No es que me sienta deprimida ni nada de eso pero me siento vacía y harta de todo. He perdido la motivación y el deseo. Lo único cierto es que ya nada me importa
-¿Ni siquiera yo? -me atreví a preguntar esperando encontrar una reacción pero no me respondiste Sonia. Apartaste la mirada escudriñando mas allá de la pequeña multitud que había en la cafetería y buscando respuestas en el paisaje exterior. Tal vez no lo sabes pero a veces el silencio y la indiferencia duelen, y duelen en serio en momentos así.
-No se trata de ti -atinaste a decir cuando notaste mi creciente inquietud-. Probablemente no entiendas que cuando a alguien dejan de importarle las cosas por muy insignificantes que sean, tu vida deja de serlo y de nada sirve caminar, comer o respirar si en realidad no estas “viviendo” y solo te limitas a existir. Quizá me estoy volviendo demasiado insensible.
-O quizá te has vuelto demasiado humana y no eres capaz de soportarlo.
Esta vez no supiste que decirme. De nueva cuenta encogiste los hombros y arrugaste el entrecejo. Te había sembrado una duda y ahora era yo quien te estaba poniendo en aprietos. Así que dejé que aclararas tu mente. Que lo pensaras y trataras de entenderlo.
Pedí más café para los dos (A esas alturas ya había perdido la cuenta de las tazas bebidas) y simplemente esperé
-¿Sabes una cosa? -me preguntaste una vez que el café te dio ánimos para continuar-. Cuando era pequeña soñaba con hadas y duendes en un mundo donde me volvía etérea y nada ni nadie podía hacerme daño. Soñaba también con incendiar la luna, volar en el aire como ceniza volcánica y detener el tiempo por una breve eternidad entre otras tantas cosas que se nos ocurren a las mujeres –hiciste una pausa. Una sonrisa se dibujó en tu rostro que así como llegó se desvaneció en una fracción de segundo-. Pero ahora he perdido la capacidad de creer e ilusionarme y solo pienso en desvanecerme. Esperar que las cosas pasen, hacer a un lado el tiempo y por un instante irse, dejarlo…
Tu voz se había vuelto tan tenue y frágil y tus ojos parecían estar llenos de lágrimas que se negaban a salir. Te tomé de las manos. Estabas fría. Quisiste añadir algo pero no te dejé. Puse mi dedo índice en tus labios y quién habló fui yo.
-Eh, señora…Relájese un poco ¿Quiere? –hice lo posible por aparentar una calma que en realidad no sentía pero intenté que mi voz sonara lo mas confiable posible usando mis recursos para animarte-. ¿Por qué no juntamos nuestras soledades y nos vamos lejos y sin destino? Hagamos a un lado el egoísmo, la soberbia y el miedo inmenso que puede darnos eso que llaman felicidad y olvidemos el significado de las cosas. Solo pasémosla bien esta noche sin preocuparnos por nada, ¿Te parece?
Un destello de suspicacia apareció en tu mirada y después tu rostro se iluminó. Había conseguido la reacción que tanto deseaba y por un momento volviste a ser la misma Sonia de siempre. Después de todo era yo quién siempre estaba a tu lado compartiendo tus éxitos y fracasos ofreciéndote un hombro sobre el que llorar cuando era necesario. En situaciones así me habría dejado pegar un tiro y me habría arrojado debajo de un camión con tal de que no sufrieras ningún daño Sonia y eso tú bien lo sabías.
-Vamonos de aquí –dijiste entonces y tus palabras se volvieron una coqueta e insinuante promesa-. Llévame a casa que quiero que hagas algo por mí
Obviamente no pude negarme.

Las paredes de tu habitación lucían desnudas al igual que tú cuando te quitaste el vestido blanco que llevabas puesto.
Hicimos el amor lenta y plenamente, con pastón y sin mentiras. Con algo de nostalgia pero con el ímpetu de un par de adolescentes.
Perdí la noción del tiempo. Solo tenía ojos para ti Sonia.
Tus pupilas se dilataron haciendo resplandecer el vocabulario de expresiones en ese rostro de niña-mujer asustada. Había aprendido a descifrar cada gesto, cada emoción, cada latido sin la necesidad de palabras. Con las miradas unidas tan íntimamente como nuestros sexos.
Necesitabas el contacto tanto como respirar
No pasó mucho tiempo para que comenzaras a tener contracciones. Clavaste los dedos en mi espalda y tu aliento irradiaba calor. Más que un orgasmo al unísono fundimos los sentidos en un grito.
Simbiosis total para dos amantes solitarios.
No miento Sonia. Si hay algo parecido al cielo en la tierra aquella noche lo fue. Transportamos el cuerpo y el espíritu más allá de la dicha completa.
Ah, si pudiéramos capturar ese momento por una breve eternidad tal y como tú lo soñabas.

Cuando llegó la calma permanecimos en silencio.
El reflejo lunar se proyectaba sobre nuestros cuerpos bañados en sudor después de estar haciendo el amor como desesperados.
Seguí contemplándote durante un lapso de tiempo imposible de medir hasta que fuiste tú quién habló:
-Quiero darte a guardar mi vida –tu voz se escuchaba lejana a pesar de que tenías pegados los labios a la curva de mi cuello.
-¿Que tú quieres qué?
Una vez más dejaste escapar tu característico suspiro de tolerancia
-Si me voy quiero permanecer en ti de alguna manera. Ser un bello recuerdo y tu que me lleves contigo a donde vayas.
-Pero Sonia, no puedes seguir con esa idea metida en la cabeza
-Por favor solo escúchame, lo necesito.
Hablaste en un tono tan reverente que lo que me pediste no era una orden sino una súplica, algo vital para ti.
Entonces dejé que me entregaras tu vida
Me volví testigo de tu infancia Sonia. De la rabia y las lágrimas que derramaste a causa de la separación de tus padres. De los mundos fantásticos que te creaste para evadir esos amargos momentos. Me contaste de tu primera mascota, la cual fue tu confidente. Me hablaste de las hadas y los duendes. De tu primera menstruación y del susto que te llevaste. De tus logros y decepciones de adolescente y de tus confidencias en un diario.
Me hablaste también del primer hombre con el que te acostaste. De tu graduación y de la escuela. De tus sueños frustrados por no haber sido bailarina. Me contaste del viaje que siempre habías deseado hacer. De tus complejos y tus defectos. De tu ilusión de tener hijos. Me hiciste saber de la importancia de cada secreto, de cada recuerdo mientras ibas de la tristeza a la alegría y viceversa de una manera tan rápida que no pude evitar sorprenderme. Por último me hablaste de lo que yo significaba para ti.
Y lo guardé todo Sonia. Cada detalle. Cada momento que me habías revelado. Capturando en mi memoria más que tus palabras, tu esencia.
-Y yo que pensé que te conocía por completo –te confesé una vez que terminaste
Te limitaste a esbozar una triste sonrisa y después respondiste:
-Nunca terminas de conocer a alguien por completo
Estabas en lo cierto Sonia. Ningún hombre es capaz de adivinar cuanto de verdad hay en la mirada de una mujer.
Y sin embargo la sombra casi imperceptible de la duda no dejaba de roerme por dentro y temblaba en mis labios. Así que dejé atrás la cobardía y me atreví a preguntar:
-¿Y si en verdad te vas Sonia?
Tensaste tu cuerpo y tus pupilas sufrieron un leve sobresalto tornándose oscuras y tormentosas.
-Si me voy se queda contigo mi vida. Además...cabe la posibilidad de que regrese -sonreíste irónicamente.
-¿Quizá como humo? ¿Quizá como ánima?
Tus cejas bailotearon locamente
-Tal vez como un fantasma rondándote por las noches y haciéndote la vida imposible
-¿Es una promesa?
-Claro que lo es –respondiste y por primera vez fui capaz de descubrir la verdad en tu mirada.
Y te creí Sonia. No se como ni porque diablos pero lo hice y eso de alguna manera calmó mi furia por el momento.
-Me dueles –te dije sintiéndome impotente por no saber en realidad que pasaría.
-No sabes como te envidio porque el dolor es un signo de que estas vivo
-¿Y si…?
-Shhhh, no digas nada y abrázame.
¿Qué más podía hacer?
No hiciste muecas ni enrojeciste. Lo único que hiciste fue dejar que tus lágrimas escaparan lentamente de tus ojos trazando líneas plateadas que humedecieron mi pecho. Después cubrí con besos tus párpados, con cuidado y con amor –Si, esa palabra que tanto trabajo me cuesta pronunciar- hasta que finalmente el sueño te venció.

Al día siguiente la luz matinal nos dio la bienvenida filtrándose a través de la ventana y resaltando tu desnudez. Tu cuerpo parecía vagamente desgastado. Estabas demasiado delgada pero aun así permanecí varios minutos admirando la curva de tu espalda, tus firmes caderas, los muslos sensuales y carnosos y esos dos hoyuelos por encima de tus nalgas que tan loco me volvían. Tu piel estaba pálida, casi translúcida. Claras venas azules se dibujaban sobre la redondez de tus senos. Sentí la presión de tus piernas contra las mías. Deslice una mano acariciando tu nuca y aparte algunos cabellos de tu rostro. Respirabas tranquila y seguías durmiendo en paz contigo misma. Me levanté y vestí con cuidado. Salí de tu casa sin hacer ruido repitiéndome una y otra vez que todo estaba bien y no había nada de qué preocuparse.
Pero la tarde se encargo de volverme a la realidad.
Lo supe cuando regresé a tu casa y vi la puerta entreabierta. Todo parecía estar en orden. Tu ropa en su lugar y los platos limpios.
Pero tú no estabas Sonia. Lo único que encontré fue tu vestido blanco pulcramente doblado sobre la cama, algunos cabellos tuyos sobre la almohada y tu aroma entre las sabanas.
Está por demás decirte que me desgarré la garganta gritando tu nombre. Que pasé no sé cuántas días buscándote y que han sido días confusos acompañados de noches de insomnio preguntándome que ha sucedido contigo.
Simple y sencillamente desapareciste.

He terminado con mi última taza de café.
La oscuridad del exterior me indica que es momento de abandonar este lugar. Todos se han ido y solo quedo yo.
Los encargados de la cafetería comienzan a poner las sillas sobre las mesas invitándome a salir.
Oh, Sonia. ¿Por qué no me esperaste? ¿Acaso no0 creíste en mí?
A veces mientras me bebo mi incertidumbre pienso en dejarme morir. En ir abandonando mi vida tal como tú lo hiciste y quizá así poder encontrarnos. Son tantas las cosas que me faltan por decirte.
¿Sabes? Un hombre no es nada si no tiene a la mujer que ama a su lado. Y así estoy, con la falta vital de tu presencia. Esa sustancia que había en ti Sonia y que se había vuelto parte de mí. Busco tu voz, tu sonrisa, que suavizaban la tristeza de mis noches pero solo encuentro desesperación y dolor. Tu mirada y tu piel son inalcanzables hasta para el olvido.
¿Es así como son las cosas?
Se que a pesar de todo, tarde o temprano cumplirás tu promesa y en el transcurso de una tarde entrarás por la puerta de la cafetería sonriendo y bromeando como si nada hubiera pasado dispuesta a contarme una más de tus historias.
Porque tú, Sonia, no eres de las que prometen en vano.
Nunca lo has sido.

DAVID ETNAGEVAN

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